El miedo ha sido alimento vital en mis meses de embarazo. Con una puntualidad de oro se iba uno y llegaba el siguiente temor, algunos tocaron suavemente a mi puerta pero otros me asaltaron por la espalda. Se mantenían al pie de la cama durante las largas noches de insomnio, mirándome. No podría pedir, sin embargo, ser eximida de alguno de esos miedos. Los agradezco y honro, porque, como escribió Spinoza, “cuando el hombre percibe su poder, se alegra”, y después del miedo vino siempre la alegría.
Las mujeres embarazadas estamos programadas para temer. Si bien esto puede ser un rasgo del instinto de sobrevivencia y de protección a la cría, hay un incalculable número de terrores que acechan a las madres hoy en día y que en nada amenazan su sobrevivencia. Son temores culturales, productos del software en el que operamos y que, por lo tanto, pueden ser modificados. Mi embarazo me ha hecho consciente de lo miedosa que puedo ser, pero también me obligó a aprender a paladear mis temores, a conocer algo de su consistencia, sus códigos, su origen.
Hice una pequeña lista de mis miedos más significativos con la ilusión de que el espejo pueda ser de utilidad para alguien más.
A no estar haciendo lo que debería. Desde que me enteré que estaba embarazada tuve un impulso por investigar lo que tendría que comer, que estudiar y que hacer. Comprendí mi embarazo como una transformación en mis hábitos de consumo. Sin quererlo me fui adentrando en una ansiedad por no estar leyendo, ni comiendo lo que debería, todavía peor, por no estar disfrutando como debería. Temí que el embarazo me estuviera pasando de noche, quise aferrarme a las horas y a los días que irremediablemente me dejaban atrás. La posibilidad de que algo esté mal es un disparador muy eficaz del tirano miedo.
José Antonio Marina en su libro Anatomía del miedo (Ed. Anagrama, 2006), expone algunas fuentes de angustia, como la responsabilidad exacerbada y el perfeccionismo. Yo sufro de las dos, lo cual no quiere decir ni que sea muy responsable, ni que me esfuerce en la perfección; sólo soy especialista en echarme a perder buenos momentos por andar buscando los errores o bien, me afecta gravemente no sentirme con las situaciones bajo control y dueña de mi ánimo.
Creo que el tema se resuelve muy fácil si aprendemos a confiar en lo que nuestro cuerpo nos pide. Hace poco leí una frase que me resultó clara y concisa: lo que es bueno para la mamá, es bueno para el bebé. Podríamos ignorar confiadamente en que nuestro cuerpo sabrá guiarnos por el buen sendero del bien estar, sin embargo, hoy en día hay tanto ruido alrededor del embarazo, tantos libros, tanto consejo contradictorio, que es fácil llenarnos de ansiedad. Dime a qué cultura perteneces y te diré qué tienes prohibido comer o beber durante tu embarazo. Algunas mamás, como yo, se preguntarán por el tema del alcohol. Yo no soy cervecera pero sí me gusta el vino. Las investigaciones que encontré sobre la ingesta moderada de vino no fueron concluyentes sobre efectos negativos en el feto pues al parecer pesan otras variables más importantes sobre su desarrollo como la alimentación balanceada, la salud, el ejercicio, el descanso, la información y, en general, la armonía con que se espera al bebé. Hoy en día tenemos acceso a investigaciones muy interesantes, pero creo que lo fundamental es aprender a escuchar al cuerpo. El cuerpo nos va regulando. Aquí pongo un texto que analiza tres investigaciones recientes sobre la ingesta de alcohol durante el embarazo (en inglés)
A que me falte información. Me da un poco de vergüenza haber sabido tan poco sobre el nacimiento de los seres humanos. Creo que me quedé con las lecciones de sexto de primaria sobre reproducción humana. Nunca me regalé el tiempo para estudiar las etapas de la concepción y el desarrollo de la vida intrauterina; tampoco me interesó estudiar el embarazo. Una de las mejores decisiones que tomamos y que, por desgracia, no está al alcance de todos los futuros papás, es el curso que imparten en Monterrey en la organización Nacer y Crecer. En este centro recibimos la información necesaria para que comenzara a dolernos la ignorancia. Puede sonar un tanto soberbio pero cuando advertí la violencia a la que sometemos a los recién nacidos, o la serie de negligencias médicas que son tomadas con entera normalidad (como programar cesáreas electivas, o practicar episiotomías por rutina), temí que nunca estuviéramos realmente preparados.
Al hospital. Son lugares fríos, con muchos enfermos, con dolor, con rutinas de trabajo extenuantes que no siempre ayudan a que el personal sea amable y profesional. Cuando uno entra a un hospital se abandona en las manos de desconocidos y para mi esa sensación es insoportable. La tensa cortesía que identifica al cuerpo médico no facilita que nos sintamos en libertad para preguntar o para manifestar con toda confianza nuestros temores. Los hospitales me tullen porque, además, uno debe esforzarse por caerle bien a la enfermera para evitarse peores ratos.
Por supuesto que, como diría Epicteto, no tememos a las cosas sino a las ideas que tenemos de ellas, es decir, que mi miedo es muy personal. Habrá personas que se sientan mucho más confiadas en un hospital, pero ese no es mi caso. El concepto de parto industrializado, ese que se induce con hormonas artificiales y que utiliza drogas por rutina, o el de las cesáreas electivas, me parecía violencia inevitable en casi cualquier hospital de la ciudad de Monterrey, por cierto, capital mundial de cesáreas. Aquí pongo una investigación comparativa que posiciona a Nuevo León, y especialmente a sus clínicas privadas, como las de mayor porcentaje de cesáreas electivas por nacimiento (72 por ciento de sus partos).
Es probable que algunas de las personas que lean esto puedan identificarse con el miedo pero, por desgracia, no conozcan otro tipo de alternativas al hospital. Mi recomendación es que se acerquen a organizaciones pro parto humanizado en donde pueden recibir información no sólo sobre parteras y partos en casa, sino sobre doctores no intervencionistas, es decir, doctores que acompañen el proceso natural del parto en hospitales. En Monterrey este “nuevo” paradigma de nacimiento es incipiente pero ya es posible accederse a él y los costos se asemejan a los de cualquier parto “de paquete”. También es posible tener un parto humanizado en el servicio hospitalario público si se cuenta con información y si la madre es acompañada por su pareja o por su doula, quien resulta una excelente conciliadora entre la madre y el cuerpo médico. Los honorarios de una doula varían, pero en México rondan los 4000 pesos. Nosotros hemos optamos por un parto en casa, con asistencia médica de partera y con apoyo de una doula. Tendremos una pequeña piscina para recibir a nuestra hija en la sala de nuestro apartamento.
A la cesárea. No todas las cesáreas son evitables, pero definitivamente estoy haciendo todo lo posible por alejar la posibilidad. Las hormónas pueden ser las mejores aliadas o las boicoteadoras del evento. Aunque estamos preparados para parir en casa sin ningún tipo medicina, es posible que sobrevenga cualquier complicación y que terminemos todos en el hospital y que a mi me tengan que practicar una cesárea. Estamos abiertos a todas las posibilidades. Mi miedo más bien está relcionado con terminar en una cesárea inducida por mi propio estrés. Es muy sencillo de explicar, pero recomiendo que se investigue el trabajo de Michel Odent, el médico francés que aprendió siendo director de una maternidad en París a respetar las necesidades mamíferas de la madre al parir: silencio, no luz, no intromisión, paciencia. Aquí pongo una entervista breve traducida al español en la cual Odent explica por qué muchos partos sin complicaciones terminan en cesárea sólo por estar en un ambiente hospitalario. Todas las mamíferas secretamos un cocktail hormonal para facilitar el parto. La más importante de estas hormonas es la oxitocina que provoca las contracciones, el borramiento del cuello del útero y la apertura del cérvix. La oxotocina, sin embargo, tiene una hormona antagónica: la adrenalina que secretamos cuando estamos alertas o cuando intentamos parir con el neocórtex, es decir, con nuestro lado racional.
Parir en un ambiente desconocido, con frío, con decenas de personas desconocidas alrededor o recibiendo interrupciones constantes con preguntas o con tactos vaginales, puede interrumpir un adecuado trabajo de parto. La adrenalina bloquea el proceso y entonces es necesario suministrar oxitocina sintética, que provoca contracciones tan intensas y dolorosas que las madres piden a gritos la epidural -y es entendible-. Con la anestesia epidural la mujer deja de sentir de la cintura para abajo, así que su cuerpo pierde el tono muscular necesario para que su bebé siga avanzando hacia afuera, por eso casi todas las mujeres que reciben epdiural terminan con una rajada en el perineo llamada episiotomía. El ciclo es: adrenalina- oxitocina sintética – epidural- episiotomía. Este, en el mejor de los casos. En el peor, terminamos en cesárea porque el parto se dilata mucho más y el bebé comienza a sufrir falta de oxígeno, entre otras razones. Así muchas mujeres que llegaron sin ningún tipo de complicación al hospital terminan en cesárea. Aquí una partera explica el ciclo del intervencionismo (en inglés).
La anestesia epidural quedó totalmente descartada luego de investigar sobre los efectos secundarios sobre los recién nacidos. La investigadora Siranda Torvaldsen ha comprobado que los bebés pierden su estado de alerta y más bien nacen aletargados, por lo que pierden su instinto de succión. Luego, la leche materna tarda más en bajar, el bebé se desespera y caemos en el segundo error: la leche de fórmula. Pero además, existen riesgos que pocas familias conocen sobre el uso de la epidural. Los partos con analgésicos son un alivio momentáneo para la madre y una comodidad para el cuerpo hospitalario pero son una agresión contra el recién nacido, quien recibe una carga de droga que lo aletarga en sus esfuerzos y en sus primeros minutos de vida. Aquí más información científica sobre los efectos en el recién nacido. La recuperación post-parto es mucho más tardada. Los dolores de espalda y de cabeza son muy comunes y algunas mujeres reportan que no pueden levantarse de la cama, ni abrazar a sus hijos por tener su cuerpo anestesiado. Esto entorpece el apego, que consiste en presentarnos con nuestros hijos, en abrazarlos, olerlos, besarlos y mirarlos fijamente a sus ojos para que nos reconozcan y se sientan bienvenidos. Aquí un testimonio de una madre -y de su divertida pareja- que compara su experiencia pariendo con analgésicos (en su primer parto) y sin la epidural en su segundo parto (en inglés).
Y a todo esto, habrá quien se lo pregunte, ¿por qué tanto miedo a la cesárea si es una operación tan común? Mi respuesta es bien sencilla: deseo vivir un parto; deseo acompañar a mi hija en su primer gran viaje; deseo confiar en mi cuerpo y en la sabiduría milenaria que posee; deseo disfrutar al máximo cada contracción que nos acerque a conocerla; además, quiero que al llegar Elisa reciba la más cálida bienvenida de su papá y mía sin que nadie nos interrumpa. Por si fuera poco, deseo estar físicamente óptima para lo que sigue una vez que tenga a mi hija en brazos, no quiero sentirme adormilada, ni nauseabunda, ni con dolor de cabeza ni de espalda; quiero ponerme de pie para brindar por Elisa
Comprenderse respirando y visualizar escenarios favorables de trabajo de parto es un excelente entrenador contra la eventual traición del miedo.
Al dolor. Este es un miedo de varias estaciones. Me ha revisitado durante todo mi embarazo con algunas variaciones. No conocer el dolor de parto y saber que marcho hacia éste me sigue generando algún tipo de ansiedad. Temo que mi mente le otorgue tanta importancia que lo transforme en sufrimiento; pero además temo a mi capacidad de resistencia. No es lo mismo que duela mucho pero poco, a que las horas terminen venciendo los esfuerzos. Platicando sobre esto con mi amigo David Pulido me compartió algunas de sus estrategias para “romper la pared mental” en los maratones que ha corrido. Encuentro paralelismos interesantes entre correr una distancia tan larga y parir por primera vez: la mente acecha, envía mensajes muy convincentes para darnos por vencidos: detente, es suficiente; el dolor se convierte en una presencia abrasadora y es entonces cuando toca anclarnos a la meta y concentrarse en el ritmo de la respiración. A los maratonistas nadie los desanima cuando evidencian su cansancio, todo lo contrario, les aplaudimos, les echamos porras, les recordamos la alegría que sentirán cuando al fin crucen la meta. A las mujeres en parto, por el contrario, solemos desanimarlas o les recordamos a cada momento que pueden accederse a drogas para “sentir menos”.
Estoy consciente, sin embargo, de que mi miedo al dolor está relacionado con la idea cultural que tenemos de parir como un acto esencialmente doloroso (¿por qué no celebrativo?) y con todos esos partos que hemos visto suceder en películas, series de televisión, telenovelas, en donde la mujer está histérica y maldiciendo de dolor y más bien dan ganas de sacarla de esa cámara de tortura.
A la apertura de mi cuerpo. Es así, el cuerpo se abrirá como nunca, no sólo mi vagina, sino mis huesos pélvicos. Después de leer Nuestro primer viaje, del paleontólogo Juan Luis Arsuaga quedé advertida de la perfección de la biotecnología humana. Las hormonas relaxina y oxitocina que mi cuerpo segrega naturalmente especialmente durante el embarazo y el parto, me darán la elasticidad que necesito para que el cuerpo de mi hija me traspase. Sin embargo, el nivel de realismo de algunos videos que he visto sobre parto natural siempre me regresa a la primer casilla del temor: ¿cómo voy a abrirme tanto?
El cuerpo de las mujeres ha sido entendido en los últimos siglos como un cuerpo-objeto para placer de los hombres, lo cual no me parece necesariamente condenable. Pero por desgracia esta perspectiva sumió a las otras definiciones de nuestro cuerpo y arremetió duramente en contra de nuestra relación con la fertilidad y nuestro lado mamífero. La sensualidad enlatada que nos venden en cualquier mercado sustituye el lado intuitivo por una sofisticada sobreactuación: habrá que ponerse, que quitarse, que maquillarse, que perfumarse. Las mujeres vivimos acechadas por una exigencia absurda por parecer alguien más. Hemos perdido el control de nuestros cuerpos con los cuales entablamos relaciones violentas, de desprecio o de vergüenza. Todo esto lo resumo para entender la repulsión o la resistencia que podemos presentar ante la idea de que nuestra vagina y nuestros senos se transformen en conductores de La Vida.
A amamantar. Esta parece ser la última de mis estaciones. Conozco a pocas mujeres a quienes, como a mi, la idea de producir leche resulta perturbadora. Me costaba trabajo aceptar que mis pechos serán herramientas para alimentar a mi hija. Superé este temor con varios apoyos, el primero fue de Javier, a quien he compartido todos los temores relacionados con mi embarazo y quien tiene siempre ideas reconfortantes. Así me hice consciente del “miedo cultural” a ver mi cuerpo comportarse como el cuerpo de cualquiera animal mamífera. Ya con esta nueva visión me puse a investigar, a leer y a disfrutar los testimonios de muchísimas madres que gozan plenamente compartirse de esa forma con sus hijos. Sobre esto último aquí comparto un texto que me voló la cabeza.
amamantar
El miedo ha sido el mejor maestro en estos meses de gestación. Todos estos visitantes me han tomado de la mano y me han hecho transitar por senderos de autoconocimiento y disfrute. Temer no es malo, no atender los temores es lo que puede devenir en desastre. En su libro Anatomía del miedo, José Antonio Marina cita a Rainer Maria Rilke: “Temo que al expulsar mis demonios, puedan abandonarme mis ángeles”. A menudo sucede que preferimos soportar un temor antes que abrir la puerta del clóset para conocer a qué le tememos. Sugiero que hablemos abiertamente sobre nuestros miedos pues es una buena forma de conocer sus verdaderas dimensiones.